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Las manos de Pablo tomaron un color rosa, su amigo Andrés, no paraba de tirar la cuerda, empezó a llorar desesperadamente, hasta que ya no pudo salir ninguna lagrima..
Es así como empece a conversar con el rostro interrumpido por barrotes atravesando la claridad de su cara con un preso por homicidio a los 16 años, él estrangulo a su amigo, y sus causas ahora las averiguo.
Me es difícil mirarlo a los ojos y olvidar su pasado y hablarle a mi padre, si, era mi padre el asesino, con esta visita los estoy conociendo.
Cuando lo veo en esa pequeña sala, muy tétrica y desolada, con 25 gendarmes custodiándome mis espaldas y él, con vista hacia el suelo. Lo primero que hago es mirar sus manos, el siente mis pasos, levanta su rostro, nos miramos, clavamos nuestras miradas fijas y a el le corre una lagrima tímida por su mejilla, me dice con vos entrecortada, -¡hijo¡ ¿eres tu?- era mi oportunidad para verlo, conocerlo, preguntarle si me amaba, si me recordaba, de preguntarle porque hizo eso.
Camine hacia él, toque su espalda, vi sus manos y pies dañados por las torturas de la cárcel, le dije –papa, te necesito- y una fuerza interior en mi que hasta el día de hoy no me la explico me izo abrazarlo fuertemente y salir corriendo de esa cárcel.
Baje hasta la playa tome un puñado de arena y camine hasta la orilla de la playa, camine hasta que el agua toco mi pecho, seguí caminando hasta que el agua tocaba mi barbilla, avance hasta que el agua tapo mi boca y mi nariz y allí me quede hasta que sentí que mi corazón paro, mi ojos se cerraron.