lunes, 4 de enero de 2010



EXISTEN CIUDADES IMAGINARIAS, con hombres, mujeres y niños inexistentes; esas son las ciudades más bellas que he visitado. Ahí, cerca de la plaza principal, en un pasaje oculto y moribundo, donde los faroles son cabezas de humanos reales (no inventados) pasó algo erróneo, algo que encrespa el sentimiento pueril, sucio ¡el sentimiento innoble del amor!

Debajo del manto nocturno, falso, me enamoré. ¿Me enamoré en una ciudad inexistente?: ¡Amo la mentira entonces! la falsedad rota del ser, el cinismo que ovula cuentos y fantasías, amo lo aborrecible, el asqueroso mundo de los ríos mentales, los ojos desorbitados por imágenes traviesas y asesinas.

Ya más tranquilo, caminó hacia el edificio más alto de la ciudad, subo por las escaleras oxidadas a causa del semen de Dios y me lanzo en el octavo piso… y muero falsamente… que alegría… ¡que alegría!... morir como todos lo hacen en la rutina, pero yo, en una ciudad que no existe, seré auxiliado por gente falsa y tendré un mentiroso suicidio sin razón.